Jardín
de Paz: (historia minúscula con solo de batería)
Apenas
rubia, apenas alta, apenas penas
Marisa iba al cementerio a llevarle flores a su papá. No le gustaba
nada esa actividad y estaba convencida de que a él, tampoco le
gustaban las flores pero… era tranquilo el lugar. De lejos, se
veían los colores y las mezclas de plástico y perfume sobre las
tumbas. Mucho verde, mucho pino, mucho eucaliptos. Se llegaba por una ruta llena de árboles
de hojas redondas y loros. Se le hizo una costumbre.
Sin
querer queriendo.
Marisa
no tenía trabajo pero se las rebuscaba haciendo arreglos de costura,
prendas para los niños, bordados a máquina… no le venía mal
estirar las piernas y cada tarde, hacer la caminata hasta el
cementerio.
No
tenía hermanos y casi no le quedaba familia. Su papá la había
criado solo después de que su mamá ─a
la que ya no recuerda (o no quiere recordar)─
se había ido con un trapecista del circo de los Hermanos Miranda.
Piruetera. Aventurera. Valiente.
Se
escribía con una prima ─Marisa,
no la madre─
y todos los años se prometían un encuentro pero ninguna de las dos viajaba.
Ayer
consiguió unos jazmines ─Marisa,
no la prima─
blancos, frescos, muy perfumados ─los
jazmines, no Marisa─
que ya quisiera yo (ya ya) (yo yo) tener en mi escritorio. Son esa
clase de flores que te llevan hasta el mismí-
simo
bosque donde se perdieron Hansel y Gretel o a los jardines del
palacio de Sissí Emperatriz pero… no eran para mí, eran para
llevarle al papá. Parapa
pá. Parapa pá. Parapa pá. Pim. Pam. Pá. Paparapa pa pá.
Y
tanto va ella al cementerio y tanto conversa con Julián que le da
agua para sus flores que le presta un rastrillo que le cuenta de su
padre que
está allá en aquella tumba blanca que
le promete llamarla si ve que los jazmines que no duran nada se
marchitaron antes de tiempo que le cuida la bicicleta cuando Marisa
va en bicicleta porque cuando va caminando no que le convida pasteles
con almíbar y se pegotean los dedos y se ríen que le explica que
debajo de los pinos crecen hongos que son ricos para comer y tanto y
tanto apenas penas que para el viernes la invitó a almorzar.
Marisa
y Julián. Pim
pam. Para pam pam pá.
* En Menta. Ediciones Orillera 2010
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