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martes, 16 de febrero de 2010

Otra luz

La casa de la esquina, que otrora fue zapallo, ha sufrido modificaciones. No solo se fueron los hijos que escupían carozos de ciruela por la ventana, sino que también se murió Oliverio, el ovejero alemán. De aquellos carozos crecieron árboles y uno de ellos, precisamente el que nació de la ciruela remolacha, se hizo grande grande grande. También se murió la abuela; Juan Pedro-el sobrino que había venido a vivir a la esquina mientras iba a la facultad- no se recibió de nada, pero se fue. Mientras se iba, crecieron un paraíso sombrilla y tres duraznos briscos, esta vez, producto de los carozos sacudidos en la vereda junto con las miguitas del mantel.
En la vereda, precisamente, rodeando al ciruelo (Helo al ciruelo) de carozo remolacha, crecieron geranios varios, un aromo y un olivo. (La verdad que Juan Pedro hubiera podido recibirse en todo ese tiempo... pero no. En fin, tampoco es que la vida sea ir hacia a un solo sitio)
Luego de la muerte de Oliverio hubo divorcio, visita de la tía del campo, tres novios, novietes noviecitos... de los cuales uno perdura pero vive en su casa.
Taza, taza, cada cual en su.
La tía sumó madreselvas al jardín, reinas de la noche y ruda. Ruda contra la mala suerte. Antes de irse compró un jamón crudo entero, que nada tiene que ver con el jardín pero, ¡nos gustó mucho!
Taza, taza, cada cual a su...
La casa de la esquina se fue vaciando de familia y llenando de verde, de pájaros, de frutas, de aromas, de raíces, de hojas, de sombras. Abrimos ventanas nuevas y apareció otra luz.
Otra luz.
Otra luz.
La casa de la esquina, que otrora fue zapallo, se convirtió en la casa de la luz.